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STALINGRADO DE ANTONY BEEVOR
Para mí, un libro de Historia no tiene ningún sentido si no logra explicar a los lectores y las lectoras qué ocurrió, por qué ocurrió y cómo ocurrió. Debe tener la misma habilidad que un libro de fantasía o uno de ciencia-ficción para guiarnos a otros mundos (a otra mentalidad y a otro tiempo), la misma capacidad de una novela para conectar con el lector y hacerle entender a los personajes, sólo que quienes escriben no lidian sólo con un puñado de protagonista, sino en ocasiones con miles o millones de seres vivos. Por supuesto hay quienes creen que esto es una tontería, que la Historia sólo debe hablar de unos cuantos personajes importantes (generales y reyes por lo general), y que la mentalidad del pasado y del presente es siempre la misma salvo pequeñas diferencias, y por lo tanto no hace falta profundizar en la plebe. Más importante todavía, el relato histórico no debe -- según dichos críticos -- atraer al lector, porque los libros de Historia no están hechos para agradar, simplemente para documentar el pasado. Una suerte que dichas personas se dediquen a la Historia, porque de haber elegido el campo de la Medicina estarían ahora mismo aplicando sanguijuelas sobre sus pacientes.
Recientemente he terminado de leer Stalingrado, de Antony Beevor, y creo que la obra es un ejemplo maravilloso sobre cómo la Historia puede ser contada a todos los niveles, para todos los públicos, sin que por ello pierda la rigurosidad. Beevor tenía por delante un trabajo más que complicado. Stalingrado ocupa cinco meses de la Segunda Guerra Mundial y es la batalla más salvaje que jamás se haya librado con armas modernas, pero al mismo tiempo tiene sus raíces en los pactos entre la Alemania Nazi y la Unión Soviética, la personalidad de los líderes de ambos imperios y de los generales que lucharían sus batallas, en el contexto internacional y, a un nivel más básico, en las personas implicadas a todos los niveles: los civiles, los soldados, los cuerpos de inteligencia, la policía política, etc. Beevor comienza siguiendo aquella máxima de Shakespeare, es decir, afirmando que “el pasado es prólogo”, y comentando cómo se inició la guerra entre Alemania y la Unión Soviética en 1941. Para ello, el autor no duda en presentarnos una vívida imagen de los acontecimientos, colocándose “la cámara al hombro” y siguiendo de cerca a los protagonistas (merced de sus diarios, los noticiarios de la época, sus cartas y los informes oficiales). Luego, con la habilidad de un viejo maestro, describe las batallas paso a paso, empleando mapas y vívidas descripciones que toma prestadas de la correspondencia de los militares, de sus diarios personales y la prensa del momento. Pero finalmente, cuando llega la hora de la verdad, cuando la batalla ya ha sido narrada, Beevor se adentra en las descripciones detalladas, en los ánimos de las personas, en la añoranza del hogar, en el miedo al enemigo y a la derrota. Antes de esta obra, Beevor había escrito cuatro novelas (Violent Brink, The Faustian Pact, For Reasons of State, The enchantment of Christina von Retzen) y eso se le nota. La facilidad con la que redacta, la capacidad para centrarse en personajes de ambos bandos y contarnos sus vidas a lo largo de los capítulos (pero no en un ejercicio especulativo, sino siguiendo fielmente sus cartas e informes) mostrándonos así las diferencias entre las nacionalidades, los ejércitos y las clases sociales, pero al mismo tiempo dando caras reconocibles a la guerra. No son soldados anónimos los que luchan la guerra, sino personas reales a las que acabamos conociendo y cuyas muertas terminan por pesarnos, por hacer Stalingrado realmente horrible. La excelente documentación que Beevor maneja se emplea como nunca antes, porque la guerra deja de ser algo épico o necesario, y se convierte en una carnicería en la que el lector es capaz de sentir el desgarro de las familias, el hambre y el miedo de los soldados, la esperanza lejana de que todo acabe de una vez por todas.
En estos tiempos en los que muchos historiadores se convierten en novelistas, pensando que un libro de Historia debe de ser algo pesado y aburrido, es un placer descubrir que hubo un historiador que aparcó las novelas porque comprendió que la realidad no sólo superaba a la ficción, sino que además podía ser mucho más hermosa de narrar. Podrán atribuírsele muchos defectos a Beevor, de eso no me cabe duda alguna, pero una persona que logra ser rigurosa, que no da tregua al lector, que te hace seguir leyendo nada más cierras el libro, me parece algo extraordinario, una medicina estupenda contra la amnesia que traen los años y la indiferencia. 2009-09-29 10:12 | 3 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/64612
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