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LOS MUTANTES SIN CLAREMONTEn 1992 Chris Claremont, el padre del universo mutante de los cómics Marvel, abandonó su puesto como guionista de las series Uncanny X-Men, X-Men y Excalibur. Previamente, Louise Simons, la otra artífice del éxito de los mutantes de Marvel, había abandonado también X-Factor y New Mutants. La deserción de los artistas no era por cansancio ni casualidad, sino por serias diferencias creativas con unos editores que estaban convencidos de que la franquicia mutante podía ser exprimida mucho mejor, y a los que no les importaba la opinión de los artistas que hacían los diferentes títulos. Comenzaba así una década creativamente nula, donde las series y los personajes no se diferenciaban los unos de los otros, con aburridos crossovers anuales que obligaban a los lectores a comprar veinte o más tebeos para estar al tanto de la actualidad mutante. ¿Qué ocurrió exactamente con las series? Démosles un repasito:
Uncanny X-Men era una de las mejores series de Marvel. Incluso con Claremont en horas bajas (en parte por la presión de los editores, que le obligaban a cambiar sus guiones a última hora en no pocas ocasiones) la serie era entretenida, se mostraba que los personajes eran complejos y que se complementaban a pesar de ser muy diferentes. Por su parte, las larguísimas subtramas que Claremont solía desarrollar daban sensación de continuidad y de realismo (¡algunas podían durar cerca de sesenta números!). En manos más inexpertas y dóciles (Scott Lobdell, Fabian Nicieza) Uncanny X-Men se convirtió en una serie donde no ocurría nada, llena de personajes mal caracterizados, donde las tramas se iban alargando como chicles sin la habilidad ni la gracia del anterior escritor. Además, sacaron una serie gemela: X-Men, donde tras unos primeros números de Claremont tampoco pasaba nada. La creación más interesante de esta década fue Bishop, un mutante que lanzaba rayos y tenía un pistolón, que era muy violento y encima tenía una M tatuada.
Si los Uncanny X-Men era la serie adulta y a veces dura, New Mutants, donde Claremont y luego Simons nos habían contado las peripecias de unos jóvenes que de repente descubrían poseer poderes mutantes, era la cara amable de aquel universo de mutantes odiados por la humanidad. Aunque soñaban con ser superhéroes algún día, el entrenamiento de aquella nueva generación era simplemente para aprender a convivir con sus extraordinarias habilidades. Las historias eran una mezcla de comedia adolescente (romance, un poco de drama, momentos divertidos), fantasía y ciencia-ficción, además de un toque mucho más idealista. Pero en manos de Fabian Nicieza y Rob Liefeld la serie pasó a llamarse X-Force, y contaba las aventuras de esos jóvenes mutantes, que ahora eran entrenados por un tipo con un pistolón llamado Cable, y las aventuras consistían en ir a por los villanos y darles de puñetazos hasta que escupieran los dientes.
Algunos años después se dieron cuenta de que se habían olvidado de contar historias de adolescentes (¡se dieron cuenta de que los lectores de cómics suelen ser adolescentes!), y sacaron una serie llamada Generation X, la cual no tenía demasiado sentido, y en la que acabaron exiliando a todos los personajes con los que no sabían qué hacer. Leí los 20 primeros números y nunca me enteré de qué iba. Pablo Carbonell aguantó hasta el 50, y se enteró de menos cosas que yo.
Tal vez no tan popular como las anteriores, pero aun así interesante, había sido X-Factor. En ella se habían reunido los miembros originales de los X-Men, y aunque tuvo un comienzo bastante flojo, rápidamente mejoró gracias a los espectaculares guiones de la Simons. En manos de innumerables guionistas, la serie se convirtió en un cementerio de elefantes al que iba a parar cada personaje que no encontraba su lugar en el universo mutante. Peter David supo hacer algunas historias divertidas, pero rápidamente fue sustituido por gente que estuviese más dispuesta da adoptar el tomo amargo y violento que la editorial quería para la franquicia mutante.
Curiosamente la serie Excalibur, pensaba como la división inglesa de los X-Men, era cualquier cosa menos un plagio. Claremont y Alan Davis supieron hacer unas historias de ciencia-ficción y mundos paralelos divertidísimas, que salvando la más que recordada etapa de Warren Ellis, que supo darle un tono original al grupo, acabó siendo olvidada y el grupo pasó a convertirse rápidamente en una versión de segunda de los X-Men.
Pero si había un personaje que molase, este era sin lugar a dudas Wolverine. Aventurero, salvaje, independiente… lo tenía todo para ser uno de los grandes personajes del universo mutante…
…el problema fue, claro, cuando empezaron a sacar imitadores de Wolverine en serie, dando protagonismo a numerosos personajes que eran burros, tenían armas enormes y poderes violentos. Algunas veces los argumentos eran idénticos y los guiones inexistentes.
En 2001 esto pareció cambiar cuando Grant Morrison se hizo con los guiones de los X-Men, y la serie estrella de Marvel recuperó la frescura, la originalidad y, lo que es más importante, el favor de unos lectores que volvían a leer las aventuras de los mutantes sin aburrirse. Los editores descubrieron, a base de perder miles de lectores al mes, que no se puede ver el mismo tebeo cuatro veces con diferente portada.
2009-02-07 12:40 | 6 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/61831
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