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PNCHAZOS Y MÉDICOS
En el hospital, en urgencias, estamos desde las 11 hasta casi las 2 de la mañana. ¡Qué se le va a hacer! Ella duerme sobre una butaca que parece bastante cómoda, con un gotero de nolotil que le quita el dolor, mientras yo leo una novelita en inglés y miro al resto de los pacientes de la sala. No sé si tienen experiencia en las salas de urgencias, pero lo cierto es que yo me pasé buena parte de la adolescencia visitándolas, si no por los comas etílicos de algún amigo, por mis problemas de estómago (luego descubrimos que era una apendicitis, las cosas de los médicos). Por eso de estar ya acostumbrado, se me hace muy interesante pasar el tiempo viendo las dinámicas que se crean en dichas salas, cómo la gente saca lo mejor o lo peor que llevan dentro. Mucha gente se vuelve simpática y servicial con el dolor (yo entre ellos), y aprecia las bromas y la simpatía del personal; estoicamente aguantan dolores, y a ratos se ponen a charlar con las personas que tienen al lado, a descubrir que fueron vecinos o tienen amigos comunes (cosa normal en una ciudad pequeñita como Cádiz), y así pasan los minutos y las horas esperando esa analítica que les resolverá, como por arte de magia, sus dudas y sus miedos. Unos pocos se vuelven insoportables, creyendo que la ira conseguirá que les atiendan más rápido, que dos gritos mal dados lograrán que la sangre se procese más rápido o que los calmantes actúen más deprisa. A uno de estos últimos personajes me lo encontré ayer. Tenía una herida a la altura de la ingle, no sé si una rozadura o algo así. No debía de ser gran cosa, pues tardaron en atenderle, pero él gritaba como si le hubiesen clavado veinte bayonetas en el vientre (una cosa bastante molesta cuando hay a tu alrededor otras 30 personas que, posiblemente, estén pasándolo tan mal como tú pero no se quejan tan ansiosamente). A su lado estaba su pareja, que le intentaba acariciar y darle palabras de ánimo, ante las que él respondía con pésimos modos y dándole empujones para apartarla. Al final, cuando un enfermero se acercó a atenderle, le dijo que le pondrían un calmante en vena y le tomarían una muestra de sangre. Y ahí se puso hecho una furia, y empezó a gritar que no, que de pinchazos nada, que ni uno sólo o se ponía a repartir hostias al personal. En enfermero le miró con cara de alucinado, le insistió un par de veces más, y cuando se puso más tonto le dieron una pastilla no muy diferente a la que se podía haber toma en su casa y le curaron la herida. Se fue quejándose igual, sin análisis ni nada, con una pastillita de botiquín en el cuerpo. Todavía me pregunto a que vino, si no a molestar. 2009-01-19 12:04 | 3 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/61556
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© 2002 Jose Joaquin
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