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TARDE DE OTOÑO
Loli, la madre de Sergio, ya me había avisado de que el niño no quería dar clases aquel día. Tampoco yo quería darlas, pero ya estaba allí, y desde luego el dinero no me venía nada mal. “¿Qué ha pasado?” Me miró algo aturdido. No había escuchado la pregunta, aunque había llamado su atención. Volví a repetirla. “Nada,” y tras meditar unos segundos añadió “¿por qué debería pasar algo?” Los dos nos quedamos en silencio. La lluvia comenzó a caer más fuerte. El libro de texto estaba abierto en una fotografía de Machado, junto a un aburrido poema sobre la infancia. Seguía el silencio. “¿Machado se peleó alguna vez con su novia?” me preguntó de sopetón, como si la respuesta fuese algo urgente, necesario, imprescindible para seguir existiendo. “No lo sé. Supongo que sí.” Sergio empezó a ojear el libro de texto distraídamente, no sé si buscando la respuesta a su pregunta. Volvió a haber silencio. Una corriente de viento golpeó contra el cristal de la ventana. “¿Se sentían mejor?” Miré a Sergio algo confuso, sin saber muy bien de qué me hablaba. “Al escribir poemas, quiero decir. ¿Se sentía Bécquer mejor después de una pelea si escribía un poema?” “A lo mejor. Escribir relaja, te ayuda a aclarar las ideas.” “Yo no tengo nada que escribir. Lo tengo todo muy claro.” Me levanté y me senté en el sofá. La tarde avanzaba con tan terrible lentitud que temía quedarme dormido. Era imposible dar la clase. Sergio tenía la mente en otra cosa. “¿Es ella quien no lo tiene claro?” le pregunté un poco al azar, sin saber si atinaría o no. Parece ser que di en la diana. “No, también lo tiene claro. Pero no como yo.” Asentí. Recordé a mi primera novia, con la misma edad de Sergio. Mi primer beso en la playa, a media tarde, un caluroso día de aquel verano que en aquel entonces se me antojó eterno. Algunas veces aún soñaba con aquella cálida sensación, con la humedad de aquellos labios de catorce años rozando los míos, los granos de arena introduciéndose entre mis labios. Parecía que había ocurrido hacía mil años. Parecía que había ocurrido ayer. “Jose… ¿alguna vez te han dejado?” Cuando aquellos labios se retiraron, recuerdo haber sentido como si el mundo se acabase. No había sido un beso como en las películas, fuerte y firme, sino un leve roce con sabor a mar, muy lento, tímido. “Sí, claro. A todos nos han dejado alguna vez.” “¿Pero te han dejado muchas veces?” “Supongo. Algunas ellas, algunas yo… la mayoría de las veces no hace falta hablarlo, simplemente sabes que no funciona.” Sergio abrió la ventana. Una corriente fría recorrió el salón. La sensación de aquel beso perdido había desaparecido, igual que siempre. La lluvia salpicaba su rostro. “Te vas a resfriar.” Me sorprendí sonando como una madre. Él encajó la ventana y se secó el rostro con la mano. “No pasa nada, sólo es agua.” “Y ella es sólo una chica.” “No, Jose, es mucho más. Es… era LA chica.” Nos miramos unos segundos. Creo que quería que le dijese algo, una de esas sabias lecciones de dos minutos que suelo dar a mis alumnos antes de un examen. Esperaba una verdad enlatada, pero no sobre un poeta o un hecho histórico, sino sobre el amor y la vida. Nada más y nada menos. Hice lo que pude, lo cual no era mucho teniendo en cuenta lo que me pagaban la hora. “Sergio, todo lo que yo te diga te parecerá una tontería. Posiblemente tengas razón, posiblemente te acordarás de ella dentro de algunos años, y recordarás cómo besaba, las cosas que te decía, la forma en que te miraba… Echarás de menos sus cosas buenas, y las malas las irás olvidando, como si nunca hubiesen existido. Siempre tendrás miedo, miedo de no encontrar a otra chica igual...” “…pero la encontraré, ¿no?” “No, Sergio, no la encontrarás. Tal vez una parecida, con gustos similares… pero igual no, eso es imposible.” Sonó la alarma de mi móvil. Había pasado la hora. Sergio me insistió en que me quedase un poco más para no mojarme. Le dije que no, cobré y avancé hacia la puerta. Antes de irme me retuvo con una última pregunta: “Pero dejaré de recordarla, quiero decir, que habrá un momento en el que ya me de igual.” Le dije que sí y me marché. La lluvia era cálida, como bañarse en el mar. Aún notaba la sensación de la arena contra mis labios, de una tímida lengua rozando la mía. Catorce años ella, yo un par más. 2008-10-22 00:31 | 4 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/60116
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