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EL OFICIO DE HISTORIADOR

Los historiadores no siempre fueron (¿fuimos?) ególatras. Hubo un tiempo en el que el oficio de historiador era más o menos el de cronista, registrador de datos del presente o compilador de hechos del pasado.
Por suerte o por desgracia, los historiadores comenzamos a multiplicarnos como setas, y puesto que para ser considerado como tal se te pedía que hicieses un estudio original sobre el pasado, pronto surgió un problema: había más historiadores que hechos pretéritos (o al menos, más historiadores que fuentes que hablasen de dichos tiempos).
La solución surgió bien pronto: igual de original era hablar sobre un tema desconocido que darle una nueva vuelta de tuerca a un tema ya estudiado. Y ahí es donde el historiador adquiere su ego. Porque claro, tienes que tener no poco ego para pasarte la vida diciendo: “Lo que Von Ranke dijo sobre el medievo es una soplapollez, pero lo que yo digo es correcto.”
A eso se suma un segundo problema del historiador: el alcoholismo. Entenderán ustedes que no todos los días tiene uno una idea original, novedosa y divergente, así que el historiador no duda en beber como un cosaco para inspirarse (¡a Poe le funcionaba!). Además, estar borracho también es bueno para leer los libros: no te enteras de nada, o malinterpretas todo, y así es mucho más fácil descubrir incoherencias (aunque sean realmente problemas de lectura nuestros) en otros autores.
Esto conlleva un grave problema: el intrusismo laboral. ¡Todo el mundo con un gran ego y un gran amor hacia el vino se cree que automáticamente es un historiador! Pero del señor Moa hablaremos en otra ocasión.

2008-07-02 01:36 | 1 Comentarios

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Comentarios

1

De: Kallejero Fecha: 2008-07-02 11:38

¿Pero que fama le esás creando a los historiadores?... es incierto que bebamos como cosacos.... ellos no bebían cerveza en el Veedor.