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NIÑOS Y MENDIGOS
Y sin embargo, en Córdoba me sorprendieron los mendigos. Aunque aviso ya que no es cosa única de Córdoba, que mucha gente me ha comentado que esto mismo que ahora les voy a explicar ocurre en otras ciudades andaluzas y no andaluzas. Yo hablo de Córdoba porque es en sus calles y, sobre todo en sus plazas, donde lo he conocido. Me refiero a las rumanas que piden. Muchas de ellas mujeres jóvenes, supongo que incluso diez años más jóvenes que yo, aunque sus rostros cansados muestren signos de una vejez prematura. Estaban por todos lados, al menos por todos los lados mínimamente turísticos, aunque llamaban la atención no por el cántaro de lamentos en que se había convertido su voz, ni en su estilo de vestir tan característico, poco menos que uniforme de batalla, sino por los niños que llevan a cuestas. Muy lerdo hay que ser para no darse cuenta que el niño lo llevan a cuesta para dar pena, para sacar unas monedas más. Sin embargo, la estampa es trágica, como si de unos refugiados de guerra se tratase, y uno se pregunta hasta qué punto ellas mismas no preferirían que sus hijos tuviesen otra oportunidad. La sensación que me dio fue goyesca. Me comentan algunos compañeros, y yo mismo lo pude ver ayer en la prensa, que se está intentando luchar contra esta mendicidad que usa al niño como reclamo. Cuarenta niños, al menos eso decía la prensa, habían dejado la calle y habían sido escolarizados. Temo que queden muchos otros por salir de la calle. Ahora bien, las lecturas pueden ser múltiples. Qué asco de rumanos, hay que ver cómo viven, es lo primero que al españolito de a pro se le pasa por la cabeza. Sin embargo, cuando veo esas estampas, a mí se me viene a la mente la España de otras décadas más nefastas, la salvajada de la economía de libre mercado en los países de la antigua esfera soviética, y sobre todo una escena de “Las bicicletas son para el verano” que resume muy bien todo esto. En dicha obra, a la hora de comer, la familia sentada a la mesa descubre que todo el mundo ha sisado un poco de comida previamente, por lo que no llega para todos los comensales. El padre de familia, horrorizado, exclama: “¡Qué vergüenza!” Uno de los hijos, por el contrario, es más realista, y responde: “¡Qué pobreza!” 2008-05-21 08:47 | 0 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/57520
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© 2002 Jose Joaquin
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