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EL PREMIO DE CÓRDOBA

No sé si ustedes saben que yo formo parte de Ubi Sunt?, una asociación dedicada a la Historia y el Arte, que publica una revista semestral (y de vez en cuando algún libro y congreso), cuyo objetivo es dar una oportunidad de publicar a los jóvenes investigadores que comienzan sus carreras y, ya de paso, escribir una Historia no-oficial, esa que no viene en los libros de textos de los colegios, institutos y, ya puestos, muchas veces tampoco en los manuales universitarios. Es en sus páginas donde tengo la suerte de publicar la mayoría de mis escritos, y se podría decir que es ahí donde he aprendido este oficio no-remunerado mío, el de historiador.

Parece que nuestras actividades han llamado la atención de alguien, porque ayer lunes se nos hizo entrega, en la UCO (Universidad de Córdoba), del I Premio Andaluz a la Cultura Universitaria, exaqueo con el insigne Mayor Zaragoza (pueden leer la noticia aquí, aunque por alguna razón a Santón le han llamado Sebastián, supongo que por no revelar su auténtica identidad y evitar que los supervillanos vayan a por él).

Ustedes pensarán que este acto nos llenó de orgullo y satisfacción, pero lo cierto es que nuestra aventura cordobesa tuvo ciertos toques dadaístas que, ahora que tenemos el premio y no nos lo pueden quitar (creo), estoy deseoso de comentar.

En primer lugar, el premio nos lo otorgaron hace un año, y nos dijeron que en breve se celebraría el acto. A los seis meses, sin tener ni idea de qué pasaba con el acto, y recibiendo largas cada vez que llamábamos, contactamos con Mayor Zaragoza… ¡que no sabía nada! Pero vamos, nada nada, que ni siquiera se había enterado de que había sido galardonado.

A nosotros el premio nos daba un poco igual, la verdad, porque era una cosa a nivel institucional y sí, se agradece y te hace ilusión, pero no es nuestro objetivo ni nuestra meta. Lo que sí queríamos es que la UCO nos llevase de gorra a Córdoba un fin de semana, nos ofreciese una comilona y, una vez recogido el premio, nos pudiéramos ir a hacer turismo. Así que dimos el coñazo tanto que, finalmente, la UCO nos dijo que sí, que se iba a hacer una ceremonia.

A Mayor Zaragoza, que es un hombre excepcional y un orador magnífico, con una trayectoria increíble, tuvo el trato que se merecía: avión, hotel de cinco estrellas, chofer y comidas a cuenta de la universidad. Nosotros tuvimos un trato un poco diferente: nos mandaron sólo un billete de tren (bueno, nos mandaron es un decir, porque todavía lo estamos esperando), el hotel nos lo pagábamos nosotros, y a la comida podía ir una sola persona. Todo hay que decirlo, a la persona que iba a la comida alguien le buscó un hueco en un coche, para que no se perdiera de camino al restaurante.

A nosotros nos dio igual: la Universidad de Cádiz sí que se portó estupendamente y nos pagó el tren de ida y vuelta; nos buscamos por nuestra cuenta unos modestos hotelitos en el centro, y nos fuimos a comer (o a intentarlo) en una ciudad que no conocíamos y que se encontraba atestada de turistas.

Mejor no entro en detalles sobre el trato que los hosteleros Cordobeses nos proporcionaron. Lo resumiré en la frase que nos dijo un camarero: “Uy, yo de ustedes me iba a comer a otro sitio.” Supongo que los camareros cordobeses (al menos los que nos tocaron) han aprendido en la misma escuela que los camareros gaditanos.

Al menos aprovechamos el tiempo para visitar museos, excavaciones arqueológicas y vaciar varias botellas de vino que casualmente se habían insertado en nuestras maletas cuando salíamos de Cádiz. El domingo a las dos de la mañana hicimos el discurso de agradecimiento, y al día siguiente, rompiendo cuanto protocolo pudimos (lo leyó Santón, que no iba de chaqueta, que iba con una coleta cogida, y que pasó de saludar a las autoridades universitarias).

Eso sí, el próximo premio que nos de la Universidad de Córdoba, que vengan ellos a traérnoslo.

2008-05-20 13:38 | 9 Comentarios