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DOS ENTRADAS
Al llegar, el cine está vacío. La muchacha de la taquilla charla animadamente con una compañera, dándonos tiempo a sacar nuestros carnés universitarios, a mirar en qué sala ponen la película, e incluso nos podría haber dado tiempo a leer un buen libro, porque aunque nos tiene delante, la chica nos ignora para poder seguir hablando con su amiga. “Perdona.” le digo. Pero creo que no me perdona, porque sigue sin hacerme el menor caso. La conversación gira entorno a un tal Jonathan, personaje del que descubro vida y milagros en el tiempo que estamos apoyados en el mostrador. Al final, cuando iba a enterarme de si Jonathan dejaba o no a la Paula, la taquillera se gira hacia nosotros y pregunta: “¿Queréis algo?” Carlos se sorprende por la pregunta. Mira a su alrededor. Sí, estamos en un cine. Por un momento debió pensar que nos habíamos confundido. “Dos entradas para Blade Runner, por favor.” La chica me las da. Me dice un precio que me parece un poco caro, pero un día es un día, y los replicantes son los replicantes. Justo cuando voy a cogerlas pone mala cara y me dice: “Anda, que tenéis carnés universitarios. ¡Pues os las he sacado normales, sin descuento!” “No pasa nada. Dánosla con descuento.” La chica pone cara de sorpresa, como si le hubiese pedido que sacara al Jonathan de una chistera, y me dice: “No.” Como se nos tiene que quedar cara de gilipollas mirando como nos niega las entradas, decide explicarse mejor: “Es que una vez sacadas las entradas, hay que pagarlas.” Yo le explico que sí, que es muy normal que tengamos que pagar lo que pedimos, pero que nosotros le hemos mostrado carnés de estudiante y queremos nuestro descuento. “Ya, pero yo no los he visto” dice encogiéndose de hombros. Le explicamos que eso no es culpa nuestra, que no vamos a pagar más por la película. Que anule las entradas, que hable con el encargado… lo que sea, vamos, pero que nos cobre lo que está estipulado. Ella comienza a perder los nervios, normal, no sólo tenemos la osadía de interrumpir su conversación sino que exigimos pagar lo que nos corresponde. “Mira, picha, esto no se puede anular, ¿entendido? Y estas entradas tiene que pagarlas alguien, ¿entendido? Y yo no soy la tonta que las va a pagar, ¿entendido?” Mi amigo y yo hemos estado hablándole bien todo el rato. Hemos aguantado que no nos atendiera. Pero no soporto que, además de pedírsme que pague más, me hable como si fueramos dos viejos amigos en mitad de la calle tomando unas cervezas. “Pues tienes todas las papeletas.” le digo, y me doy la vuelta para largarme (sin pagar, obviamente). Carlos me para. Mira a la chica con su cara de niño bueno (esa que pone cuando va a comportarse como un niño malo) y le dice a la muchacha: “¡Regálaselas a Jonathan!” Ella murmura algo. No sé si es por el comentario de mi amigo o por dejarla plantada con las entradas. Ya iremos al cine otro día. A otro cine, claro. A uno en el que una anganga no te pida que entiendas tantas cosas. 2008-03-03 23:32 | 4 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/56006
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© 2002 Jose Joaquin
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