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EL BUEN MARIDOSiempre tuve muy claro que había que ganarse la vida con algo. Mira si no a mis amigos, con treinta año y viviendo todavía en casa de sus padres. Mira a mi novia, que entre carrera, especialidad, prácticas, masters y tesis no va a abandonar la facultad nunca. Por eso yo ni me lo pensé, y en cuanto vi la oportunidad de un empleo fijo y bien pagado me lancé. Cierto que trabajar en una funeraria da algo de reparo al principio, pero en el fondo es un empleo como otro cualquiera. Aunque en principio puede parecer algo macabro, lo cierto es que mis responsabilidades no son muy diferentes de las que tienen la mayoría de los oficinistas. No hay anécdotas grotescas, historias terroríficas ni nada por el estilo. La gente suele desilusionarse un poco cuando descubren que, en el fondo, una funeraria es un negocio bastante simple y tranquilo. Pongamos por ejemplo al hombre que acaba de entrar por la puerta. Alto, aunque con los hombres un poco echados hacia delante por la edad, bien peinado, mejor aseado, vestido de riguroso negro y con el rostro hierático. Uno ya distingue a los clientes a simple vista. Éste es un hombre de dinero, sin lugar a dudas tradicional y conservador, que gastará lo que sea por dar una despedida digna a su ser querido. Le saludo con seriedad y cortesía. Una de las partes más difíciles de mi trabajo es ésta: tener cierta empatía y fingir un estado de ánimo similar al del cliente. Acaba de perder a un ser querido, necesita creer que el mundo se ha detenido, aunque tan sólo sea durante unos segundos. En su camino a la funeraria habrá encontrado niños riendo y jugando, parejas que se besaban en las esquinas, borrachos que apuraban una y otra vez su copa… nuestra seriedad, nuestra tristeza fingida, le hacen ver que a pesar de todo el mundo ha comprendido su pérdida. Nos sentamos, le acompaño en el sentimiento, y tomo los datos del difunto, en este caso una mujer: “Se llama María López Esteban. Es mi esposa. Tiene 30 años (veinte menos que yo). Mide 1,61 y pesará entorno a los 55 kilos. La quiero mucho.” Fíjense en cómo habla. Frases cortas: el dolor le impide pensar, conectar las frases. Y usa el tiempo presente. Aún no ha terminado de aceptar su pérdida. Tal vez espera verla de pie, sonriente, cuando vuelva a casa, como si todo hubiese sido un trágico error o una funesta pesadilla. “Es hermosa, muy hermosa. Quiero lo mejor para ella. El dinero no es problema, nunca lo ha sido. Ella sabe que la quiero. Debe tener lo mejor.” Si no me ganara la vida con esto, sería triste. Al muerto el dinero y el lujo no le valen de nada, pero los vivos nos empeñamos en seguir ostentando. Mejor para la funeraria, mejor para mí. Le hablo de nuestros modelos. Quiere lo mejor, y lo mejor es el modelo de lujo. El de 40 cm. es el más adecuado para una persona de su complexión, a elegir entre el estilo Dalí, Liria, Venecia, Laurel, Conchas, Florencia, Tallas o Milano. Mira los catálogos y elige el modelo Conchas. Es un ataúd excelente, es una pena tener que enterrarlo y que no vuelva a verse. Está hecho de nogal, tiene un tapizado abullonado, y unos motivos geométricos en forma de concha lo diferencian de otros modelos más baratos. Le explico que puede elegir entre varios diseños, desde el ingles con su forma hexagonal al egipcio, pasando por los clásicos redondos y semiredondos. Se queda un rato mirándolos. No es como otros clientes que eligen el primero que les dices, sino que realmente parece estudiar los catálogos, tal vez intentando discernir cual habría preferido la difunta, cual sería más cómodo para pasar la eternidad. “Hubo momentos buenos y malos” me va explicando mientras pasa las páginas del catálogo de coronas de flores. Sé que no habla conmigo, tan solo repasa su historia mientras intenta elegir. “A fin de cuentas, yo soy demasiado mayor para ella. Pero la quiero, claro que sí. La rutina puede engendrar amor, ¿no cree?” Lo miro sin prestarle atención. “Por supuesto”, afirmo. Es de mala educación llevar la contraria a alguien que va a gastarse cerca de 20.000 € en un último adiós. Seguimos viendo otros detalles. Habrá una copa para los invitados. Sumarán en total un centenar. El cuerpo estará expuesto, maquillado y preparado por nuestros profesionales. Parecerá viva, siempre parecen estar vivos. “Sé que me ha engañado con otros hombres. Pero la quiero mucho. Quiero lo mejor, lo mejor…” Siento un poco de dolor por el hombre. Es triste, patético, abrirse a un desconocido. Debe de ser doloroso. Tras esas palabras se centra. Elige tranquilamente el resto de los complementos para el funeral. Paga con un talón, se despide cordialmente y se dispone a irse. “Perdone” le digo antes de que salga por la puerta. “Para la esquela necesito saber cuando falleció exactamente su esposa.” Él me mira, tranquilo, y dice, abandonando ese tiempo presente que ha invadido toda nuestra conversación: “Morirá en cuanto llegue a casa.” 2008-03-02 11:10 | 5 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/55968
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