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AVENTURAS DE CARBONELL 9: GABO
Tres años después de su alistamiento, ya con el título de Teniente, Gabo había perdido toda aquella ilusión inicial. Podía haber ayudado el hecho de que, en lugar de ver mundo, lo que veía era la Sierra de Sevilla y la enorme antena de comunicaciones que reinaba imbatible; el único acto de humanitarismo que sus compañeros y subalternos hacían era visitar la casa de putas y dar trabajo a las muchachas, hijas esclavizadas de países que él ya había asumido que no visitaría; la disciplina sí, de eso sí que había, pero no porque la gente amara el honor y las buenas maneras, sino porque el calabozo era un sitio lúgubre y sin televisión.
La única persona que le caía bien al teniente en toda la dichosa base era Pablo Carbonell. No sabía la razón, tal vez por su acento gaditano, que le daba un tono divertido a su timbre de voz; o también pudiera ser que Carbonell, nuestro Carbonell, era una de las pocas personas en la base que hacía preguntas inteligentes. Y no, no se atrevan a llamar exagerado a Gabo, porque era totalmente cierto. Aún recordaba el pobre oficial aquella vez que le preguntó, en uno de esos tests que efectuaba por orden de la comandancia superior, si solían tener relaciones sexuales con protección: “Mi teniente, que yo esto no lo entiendo.” le dijo un soldado que, por cuestión del secreto profesional, Gabo no pudo decirme que se llamaba Miguel Ángel López Sáenz, natural de Cazalla, provincia de Sevilla. “¿Qué es lo que no entiendes, Miguel?” preguntó el psicólogo, temiéndose lo peor. “¿Cuándo veo una peli guarra también cuenta, o sólo cuando las pajas?” No lo decía en broma. Y lo peor no es que aquel hombre hubiese preguntado eso, lo peor es que tres o cuatro soldados empezaron a tachar su respuesta al descubrir que las películas porno, por más que las vieras, no constituían una relación sexual en sí mismas.
No crean ustedes que Pablo Carbonell era un genio. En el colegio sacaba notas como las mías, normaluchas tirando a bajas, y se atascaba con las matemáticas y con el maldito análisis sintáctico tanto o más que yo. Pero comparado con aquella patulea de bárbaros que constituía la tropa, era Pitágoras, Sócrates y Anaximandro todo en uno. De hecho, los oficiales le estaban cogiendo algo de tirria, pues tenía la pésima costumbre de preguntar las cosas que no entendía… ¡como si los oficiales supiesen mucho más! Una vez se atrevió a preguntar cómo funcionaba el sistema electrónico del radar de la base, y si era verdad que también se usaba como antena: “Mira, chaval, el radar este o lo que puñetas sea, funciona pues… porque sí, porque el Ejército Español tiene dos cojones y nos pone la tecnología más cañera. Ahora bien, como el que sabía manejar este cacharro era Mejía, y Mejía está de baja desde que el putón de su señora se quedó tirándose a media isla en Cuba, tú te apuntas la preguntita en una libreta, y cuando él vuelva se lo comentas.”
Así funcionaban las cosas en aquella serranía perdida, donde la felicidad era una tarde libre entre aquella babilonia de chicas que ofrecía el “Conejo de la Abuela”, la suerte una corrida furtiva entre las piernas de una cateta resentida con el novio, el alcohol y la televisión por cable la única salida. No sabían Gabo y Pablo la de problemas y situaciones absurdas que iban a tener que vivir por salirse del rebaño y, además, juntarse. Pero eso, como bien entenderán los amantes del cliffhanger, es una historia que les contaré en otro episodio. 2008-02-15 08:59 | 5 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/55609
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© 2002 Jose Joaquin
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