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JESÚS Y LA AUTOESTOPISTA![]() De Jesús yo sólo envidio dos cosas. La primera es su habilidad para componer páginas: es capaz de coger mis textos y convertirlos en algo nuevo, sorprendente, que ni siquiera necesitan de diálogo para entenderse (pero no se lo digan a la editora, no sea que me despida). La segunda son sus vivencias: este hombre tiene una vida que ya hubiese querido el propio dibujante Vázquez. La última de éstas me la contaba ayer, aún sorprendido no sólo de lo ocurrido, sino de su propia reacción: Jesús conducía hacia su casa, en mitad de ninguna parte, cuando vio aparecer en el horizonte a una mujer que hacía autostop. Puesto que mi compañero también tuvo una etapa díscola y rebelde, de esas que te hacen recorrerte medio país sin un duro en el bolsillo, a golpe de dedo en las carreteras, decidió parar y llevar hasta el pueblo más cercano a la mujer. Algún mal pensado, adoctrinado en el cine de Hollywood, puede creer que Jesús paró porque la muchacha era una preciosidad de cabellera rubia, ropas provocativas y rabiosa adolescencia hirviente. Pero no, oigan, nada de eso: era una señora ya adulta, de pelo estropajoso, rostro cansado y ropas normales. La mujer quería ir a un pueblo que quedaba a un par de quilómetros. La mitad del trayecto discurrió en silencio: uno no le pregunta a la gente qué hace en mitad de ninguna parte a las 12 del mediodía, ni siquiera cuando eres tú quien la libras de una calurosa caminata. Cuando apenas faltabas unos cientos de metros para llegar al pueblo, ella carraspeó y dijo, con la convicción que da la experiencia y la neutra naturalidad que marca la rutina: “¿Quieres tener sexo conmigo?” Jesús, cogido por sorpresa, ni siquiera entendió lo que ella le estaba proponiendo. Se quedó en silencio, mascando las palabras. La mujer, que le vio dudas, decidió aclararle las cosas, no fuese a ser que hubiese malentendidos: “Pagando, claro.” Aún confuso, empezando a entender que no era una autostopista lo que había parado, Jesús sólo atinó a responder: “¿Y cuanto me quieres pagar?” La mujer de rostro cansado se quedó en silencio. No volvió a hablar en los cinco minutos que el coche de Jesús tardó en llegar al pueblo. Tan solo al dejarla en una esquina, junto a un kiosco, le dio las gracias por haberla acercado. 2007-10-08 11:26 | 3 Comentarios Referencias (TrackBacks)URL de trackback de esta historia http://gadesnoctem.blogalia.com//trackbacks/52663
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